martes, 26 de mayo de 2009

NOTICIA URGENTE

EVALUACION BIMESTRAL MARTES 2 DE JUNIO 2009. BUENA SUERTE

GUIA REFORMA GREGORIANA

Querella de las Investiduras, grave enfrentamiento entre Iglesia y Estado, en los siglos XI y XII, por el papel que desempeñaron los príncipes laicos en las ceremonias donde obispos y abades eran nombrados en sus cargos.
El motivo específico del desacuerdo fue la práctica por la que el príncipe otorgaba al prelado el anillo y el báculo, que constituían los símbolos de su autoridad espiritual.
La práctica de la investidura por los laicos surgió a principios de la edad media, cuando emperadores y reyes trataron de vincular a sus personas los bienes y autoridad que tenían los prelados ofreciéndoles protección a cambio.
La práctica fue por lo tanto una consecuencia natural del sistema feudal, donde los prelados eran muchas veces gobernantes seculares también (y por eso vasallos del rey). Al príncipe laico le preocupaba mucho más que los obispos y abades le fueran leales antes que su rectitud moral.
A mediados del siglo XI estaba en su apogeo un movimiento para reformar la Iglesia en algunas zonas de Francia y Alemania. Reconociendo que la investidura laica no estaba de acuerdo con las antiguas leyes de la Iglesia, los reformadores atribuyeron a esta práctica la mermada moralidad del clero de la época, en particular su indulgencia en materias como la simonía—la compra y venta de cargos eclesiásticos— y el concubinato.
El movimiento de reforma se afianzó en Roma con el papa León IX, y los papas se convirtieron en la fuerza motriz de esa reforma. La investidura laica fue condenada por el papa Nicolás II en 1059; al mismo tiempo excluyó al emperador de su participación efectiva en las elecciones papales.
Cuando el papa Gregorio VII prohibió de forma expresa toda investidura laica se desató la ira de Enrique IV, el emperador del Sacro Imperio Romano, y provocó el episodio más violento de toda la querella, ya que el papa y el emperador se enzarzaron en una serie de destituciones y excomuniones mutuas. Este choque frontal concluyó en 1085 con la muerte de Gregorio en el exilio y con la aparente derrota de su campaña contra la investidura laica.
SOLUCION
Los sucesores de Gregorio, mientras se mantenían fieles a muchos de los mismos ideales, fueron más flexibles en la búsqueda de soluciones. El interés esencial de la Iglesia era asegurarse de que los gobernantes laicos no pudieran otorgar cargos espirituales.
El interés esencial de los reyes consistía en que los obispos, que además iban a ser gobernantes seculares, reconocieran y se sometieran a la autoridad del rey. San Anselmo, una vez nombrado arzobispo de Canterbury, entró en grave conflicto con el rey Enrique I de Inglaterra por este asunto, aunque en 1107 se pudo encontrar una solución por la que tanto el arzobispo como el rey lograban sus propósitos.
El Concordato de Worms en 1122, entre el papa Calixto II y el emperador del Sacro Imperio Romano, Enrique V, reflejó la solución inglesa y sentó las bases para establecer las relaciones futuras entre la Iglesia y los gobernantes temporales.
Según el concordato, la Iglesia tenía derecho a elegir obispos, y la investidura del anillo y el báculo sería realizada por la clerecía.
Sin embargo, la elección tendría lugar en presencia del emperador, que además otorgaría todas las tierras y rentas que estuvieran vinculadas al obispado por la investidura de un cetro, un símbolo sin connotaciones espirituales.
A pesar del concordato, la Iglesia en la edad media nunca tuvo un control absoluto del nombramiento de obispos, y el problema volvió a aparecer en diversas formas.
La investidura fue un tema clave en los conflictos que envolvieron al Galicanismo en el siglo XVII en Francia, pero también ha sido un tema polémico en España hasta hace poco tiempo.
El papado resultante de estos cambios, más insistentes que nunca en reforzar las prerrogativas del sumo pontífice, convenció a la mayoría de los obispos y a muchos príncipes de que estos privilegios eran en el orden religioso y temporal justos, los introdujo en el nuevo Derecho canónico que se estaba formulando por entonces, y los implantó institucionalmente como una burocracia centralizada.
Gregorio VII y sus sucesores fueron así los fundadores del papado moderno.
El legado de los gregorianos alcanzó su cenit con el papa Inocencio III (1198-1216), cuya energía y capacidad le convirtieron en la personalidad religiosa más importante de la sociedad europea de su tiempo. Fue el primer papa en hacer uso consistente del título de vicario de Cristo.

Preguntas Horizontales para Octavo

HOrizontales
1. Segundo rasgo caracteristico de los santos Padres.
2. Primer rasgo caracteristico de lo santo padres que significa rectitud.
3. Obispo de Alejandria y principal defensor contra arrio.
4. Llamado el grande Obispo de Cesarea.
5. Compuso la llamada Filocalia.
6. Fue hermeno menor de Basilio y su hermana se llamo Macrina.
7. Lucho contra la Herejía de Nestorio.
8. Palabra en Griego que significa Madre de Dios.
9. Llamado Boca de Oro por su capacidad de oratoria.
10. Llamado el " Demostenes Cristiano" defendio la Dignidad del Espíritu Santo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

GUIA DE ESTUDIO - LOS SANTOS PADRES

LOS PADRES DE LA IGLESIA
2. Padres Orientales
San Atanasio
San Basilio de Cesarea, San Gregorio de Nisa y San Gregorio de Nacianzo
San Juan Crisóstomo
San Cirilio de Alejandría
3. Padres Occidentales
San Ambrosio
San Jerónimo
San Agustín
San León Magno y San Gregorio Magno
San Isidoro de Sevilla
«Padres de la Iglesia se llaman
con toda razón —escribió Juan Pablo II en la Carta Apostólica Patres Ecclesiae (27-1-1980)— a aquellos santos que con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus enseñanzas la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos».
Los siglos IV y V constituyen la edad de oro de la Patrística. En Oriente y Occidente apareció una pléyade de personalidades excepcionales, que aunaban la santidad de vida y una destacada labor en el campo de las ciencias sagradas, e incluso de la cultura en general.
1. Introducción
La historia ha tenido siempre protagonistas, y protagonistas insignes tuvo la historia eclesiástica de la época romano-cristiana. El inmenso esfuerzo de formulación del dogma, expuesto en el capítulo anterior, fue llevado adelante gracias a la sabiduría y la acción de una serie de personajes excepcionales, que se conocen con el nombre de «Padres de la Iglesia». Los Padres aunaban la ciencia sagrada y la nota de santidad, públicamente reconocida por la Iglesia, rasgo éste por el que se diferencian de los simples «escritores eclesiásticos», en los cuales podía no darse la nota de santidad personal o la integridad de la ortodoxia.
Los tiempos de oro de la Patrística fueron los siglos IV y V, aun cuando hasta el siglo VIII se extiende la que puede denominarse «edad de los Padres». Los Padres occidentales escribieron todos en latín; en Oriente los Padres fueron en su mayoría griegos, aunque también los hubo que se expresaron en otras lenguas: sirio, copto, armenio, georgiano, árabe, etc. Aquí se recordará tan sólo a los Padres orientales y latinos que más fama alcanzaron en la Iglesia universal.
La expresión «Padres» se aplica, pues, a los grandes escritores cristianos anteriores al año 750, que reúnen los tres rasgos característicos de ortodoxia de doctrina, santidad de vida y la aprobación al menos tácita de la Iglesia.
Los Padres aparecen como los testigos de la Tradición en la Iglesia, en aquellas doctrinas en las que sus afirmaciones son coincidentes. Es el criterio de la unanimidad moral, ya formulada por San Vicente de Lérins en su célebre Commonitorium (434): «Hay que recibir —decía— las sentencias de aquellos Padres que, viviendo santa, sabia y constantemente en la fe y comunión católica, merecieron ya sea morir fielmente en Cristo, ya sea ser felizmente muertos por Cristo. Pero hay que creerlas de acuerdo con esta norma: Todo lo que todos o muchos afirmaron manifiesta, frecuente o perseverantemente en uno y el mismo sentido, téngase por indudable, cierto y confirmado». Esta doctrina, en el campo concreto de la interpretación de la Sagrada Escritura fue sancionada por el Concilio deTrento: «a nadie le es lícito interpretar la Escritura contra el consenso unánime de los Padres» (Dz 786).
2. PADRES ORIENTALES
2.1. San Atanasio
Breve biografía
El más antiguo de los Padres orientales fue San Atanasio, obispo de Alejandría y principal defensor de la ortodoxia católica frente a la herejía arriana. Atanasio, siendo aún diácono, participó en el Concilio de Nicea del año 325, donde desempeñó un papel relevante. Tres años más tarde fue elegido obispo de Alejandría y consagró más tarde su vida a la defensa de la fe ortodoxa definida en Nicea. Su pontificado se prolongó durante 45 años, 17 de los cuales los pasó desterrado —en Tréveris, en Roma, entre los monjes del desierto egipcio— como consecuencia del extraño signo que tuvo la época del postconcilio niceno, cuando el Arrianismo condenado en Nicea pareció prevalecer merced al influjo conseguido por el obispo filoarriano Eusebio de Nicomedia sobre los emperadores de la dinastía constantiniana.
Sus escritos
La mayor parte de los escritos de Atanasio estuvieron consagrados a la defensa de la ortodoxia y a la exposición científica del dogma trinitario y la doctrina del Logos; en esta línea destacamos sus tres «Discursos contra los árdanos». Atanasio fue también autor de varios escritos sobre la virginidad y de una obra hagiográfica que alcanzó extraordinario éxito: la «Vida de San Antonio», que contribuyó poderosamente a la difusión de la vida ascética en Occidente.
Teología de San Atanasio
En el plano teológico, la victoria final sobre el Arrianismo fue conseguida merced a la obra de tres Padres pertenecientes, como Atanasio, a la escuela alejandrina y que son conocidos con el título común de los grandes capadocios: los hermanos Basilio de Cesárea (+379 aprox) y Gregorio de Nisa (335-394?) y su amigo Gregorio de Nacianzo (+389-390).
2.2. Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo
Basilio, llamado el Grande, fue arzobispo de Cesárea y destacó, no sólo por sus escritos teológicos antiarrianos, sino también como hombre de gobierno y organizador del monacato oriental. Fue autor de dos reglas monásticas y de una liturgia que lleva su nombre. Su tratado «A los jóvenes» encierra todo un programa de humanismo cristiano.
Su amigo Gregorio Nacianceno compuso la «Filocalia», una antología de las obras de Orígenes, y fue llamado por su elocuencia el «Demóstenes cristiano». Sus discursos, dirigidos a defender la dignidad del Hijo y del Espíritu Santo le valieron el apelativo de «el Teólogo».
El tercero de los Padres capadocios fue el hermano menor de Basilio, Gregorio de Nisa. Dotado de un excepcional talento especulativo, y seguramente el más profundo de los tres, compuso la «Gran Catequesis», una excelente exposición y defensa de los principales dogmas del Cristianismo, y escribió un sugestivo «Diálogo», mantenido con su hermana Macrina, acerca del alma y la resurrección. Fue uno de los Padres de la mística cristiana y descubrió, sobre la base de su experiencia personal, la acción del Logos en el alma, que completa la obra de salvación incoada en el bautismo.
2.3. San Juan Crisóstomo (344-407)
Antioqueno de nacimiento y formación, San Juan Crisóstomo «Boca de oro»— (344-407) ha sido considerado por la Iglesia griega como su mejor orador y un exegeta eminente, que comentó numerosos libros de la Biblia. Obispo de Constantinopla durante seis años, sus célebres homilías le acarrearon la enemistad de la emperatriz Eudoxia, y en consecuencia, la pérdida de la sede y el destierro hasta la muerte.

2.4. San Cirilio de Alejandría
El doctor egipcio más ilustre del siglo V fue sin duda San Cirilo, obispo de Alejandría (412-444); Cirilo mantuvo la doctrina ortodoxa frente a Nestorio y, por su defensa del título de Madre de Dios para la Virgen, ha de considerarse como el principal mariólogo entre todos los Padres de la Iglesia. Su influencia fue decisiva en el concilio de Efeso, donde se definió —como ya se ha dicho— la Maternidad divina de María.
3. Padres Occidentales
3.1. San Ambrosio (333-397)
El primero de los grandes Padres occidentales fue, por encima de cualquier otra consideración, un personaje histórico de gran relieve: San Ambrosio (333-397), que desarrolló una notable actividad literaria de exégesis bíblica y predicación, pero estuvo, además, en el centro de la actualidad, en una apoca singularmente conflictiva y difícil. Ambrosio fue un genuino romano, y esa cualidad se deja sentir tanto en su brillante carrera civil como en su gobierno pastoral de obispo de Milán, a cuya sede fue elevado por aclamación popular, siendo todavía simple catecúmeno.
Correspondió a San Ambrosio el honor de administrar el bautismo a quien habría de ser el mayor de los Padres occidentales, San Agustín. Le tocó en suerte también ser amigo y consejero de tres emperadores y excomulgar a uno de ellos —Teodosio el Grande— por la matanza de Tesalónica; pero a su muerte hizo de él un impresionante elogio fúnebre, tan sentido como la oración que pronunciara años antes en memoria de su antecesor Valentiniano II. La fama de Ambrosio trascendió a su sede episcopal —Milán—, cuyo prestigio se acrecentó considerablemente, no sólo en Italia del Norte, sino también en otras regiones del Occidente latino.
3.2. San Jerónimo (342-420)
El Occidente romano dio también a la historia cristiana su más insigne cultivador de la Sagrada Escritura: el dálmata Eusebio Jerónimo (342-420). Merece la pena destacar que Jerónimo, como la mayoría de los Padres de la Iglesia, no vivió una existencia recoleta, consagrada a los estudios y de espaldas a las realidades de su tiempo. Antioquía y Constantinopla, Tréveris y Roma fueron sucesivas residencias de San Jerónimo, que terminó por establecerse en Belén, la ciudad natal de Jesús.
Jerónimo fue también algo muy distinto a un erudito intelectual o un puro hombre de estudio. Polemista apasionado, promovió con entusiasmo el ascetismo en su labor de dirección espiritual de nobles damas de la aristocracia romana. Su obra como historiador y exegeta es muy notable; mas su gran legado ha sido la traducción de numerosos libros de la Biblia, directamente del hebreo o arameo al latín. Esta versión es la célebre Vulgata, cuya «autenticidad», declarada por el Concilio de Trento, significa que en materia de fe y costumbres está exenta de error. A Jerónimo se debe también la primera historia de la literatura cristiana: los «Varones ilustres», que fue continuada por Genadio de Marsella.
3.3. San Agustín (354-430)
El principal Padre de la Iglesia y una de las figuras cumbres de la historia cristiana, y aun de toda la humanidad, fue el africano Aurelio Agustín (354-430). Sus «Confesiones» —autobiografía espiritual desde la infancia hasta su conversión— es una obra maestra de la literatura universal, que conserva intacta su modernidad a través de los siglos e interesa al lector de todos los tiempos.
San Agustín comentó el Antiguo y el Nuevo Testamento y trató los grandes temas de la Teología, que gracias a su aportación experimentó decisivos avances. Hombre de su época, Agustín se interroga acerca de los acontecimientos históricos que se sucedían ante sus ojos, y en especial la ruina del Imperio romano de Occidente, abatido por las invasiones bárbaras, justamente cuando había llegado a ser un Imperio cristiano. Los paganos interpretaban estas desgracias de Roma como un castigo de los dioses, por haber abandonado la vieja religión. Agustín escribió en respuesta «La Ciudad de Dios», ensayo de Teología de la Historia y tratado de Apologética, en el cual se pregunta por el sentido de los tiempos y el plan de la Providencia divina.
En su ancianidad, experimentó de cerca la inclemencia del tiempo que le tocó conocer y murió en su ciudad episcopal de Hipona, cercada por los vándalos. El título de Doctor gratiaecon el que es conocido en la historia de la Teología recuerda especialmente el largo esfuerzo desplegado por él para combatir la doctrina racionalista de Pelagio sobre la gracia. La Iglesia de Occidente cuenta también entre sus Padres a dos papas a los cuales la historia les atribuye el apelativo de «Magno»: León y Gregorio.
3.4. San León Magno y San Gregorio Magno
León I —tal como se ha visto— contribuyó de modo sustancial a la formulación del dogma cristológico. La teología del Primado romano y su fundamentación escriturística en el Primado conferido por Cristo a Pedro se debe igualmente en buena parte a San León.
El otro papa «grande», Gregorio (540-604), es ya un romano proyectado hacia el Medievo. Mucho había cambiado el mundo en pocos siglos: si el contexto histórico del primer gran Padre de la Iglesia, Atanasio, fue el Imperio constantiniano, el horizonte vital de Gregorio Magno —tanto o más que la lejana Constantinopla— era la Italia longobarda, la España visigoda y la Francia merovingia. Las obras de Gregorio —los «Morales» o los «Diálogos»— las leerán con avidez los hombres de la Edad Media; y el canto «gregoriano» se conservó vivo en la Iglesia hasta nuestros días.
3.5 San Isidoro de Sevilla
Un español —San Isidoro de Sevilla (636)— puede considerarse en rigor como el último Padre occidental. Sus «Etimologías» fueron la primera enciclopedia cristiana, y su misión, la de ser el maestro del Occidente medieval, al que hizo llegar las riquezas de la sabiduría de la Antigüedad.
Fuente: José Orlandis (Historia de la Iglesia, 2001)

miércoles, 6 de mayo de 2009

NOTICIA URGENTE

ATENCION LOS PROGRAMAS DE DIANA URIBE PARA LA CARPETA SON :
1. MARZO 8 2009 "30 Años revolucion Iran".
2. MARZO 15 2009 " II Parte Revolucion Fundamentalismo Islamico".

RECEPCION CARPETA SEMANA 11 al 15 de Mayo en las clases.


GUIA DE ESTUDIO
1. LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS
El período romano-cristiano revistió extraordinaria importancia desde el punto de vista doctrinal. Liberada la Iglesia, llegó el momento histórico de formular con precisión la doctrina ortodoxa acerca de algunas cuestiones fundamentales de la fe cristiana: la Santísima Trinidad, el Misterio de Cristo y el problema de la Gracia. La definición del dogma católico se llevó a cabo en medio de recias batallas teológicas frente a he­rejías que produjeron escisiones en el seno de la Iglesia, algunas de las cuales todavía perduran.
Instrumento fundamental de esta tarea fueron los concilios ecuménicos. Ocho concilios ecuménicos, reunidos entre los siglos IV y IX, integran el primer ciclo de la historia conciliar de la Iglesia. Fueron éstos, por orden cronológico: el I de Nicea (325), que definió la consustancialidad del Hijo con el Padre; el Concilio I de Constantinopla definió la divinidad del Espíritu Santo (381). El Concilio de Éfeso (431) proclamó la maternidad divina de María; el de Calcedonia (451) definió la doctrina de las dos naturalezas en la única persona de Cristo. El Concilio II de Constantinopla (553) condenó como nestoriana la doctrina de los tres capítulos, y el III de Constantinopla (680-681) formuló la doctrina de las dos voluntades en Cristo. En los dos primeros concilios quedó definida la doctrina teológica sobre la Santísima Trinidad y los cuatro siguientes formularon las verdades cristológicas fundamentales. Todavía se celebraron otros dos concilios ecuménicos en Oriente: el II de Nicea (787), que formuló la doctrina ortodoxa sobre el culto a las imágenes, y el IV de Constantinopla (869-870), que puso término al cisma de Focio y que los griegos no reconocen como ecuménico. Examinemos más despacio, dentro de su contexto histórico y doctrinal, los seis primeros concilios, que definieron las doctrinas trinitaria y cristológica.
2. Formulación del dogma trinitario
La formulación del dogma trinitario fue la gran empresa teológica del siglo IV, y la ortodoxia católica tuvo al Arrianismo como adversario. El Arrianismo enlazaba con ciertas antiguas doctrinas que ponían el acento de modo exagerado y unilateral sobre la unidad de Dios, hasta el punto de destruir la distinción de Personas en la Santísima Trinidad o de «subordinar» el Hijo al Padre, haciéndole inferior a Éste —«Subordinacionísmo»—. Un Subordinacionismo radical inspiraba las enseñanzas del presbítero alejandrino Arrio (256-336), que no sólo hacía al Hijo inferior al Padre, sino que negaba incluso su naturaleza divina. La unidad absoluta de Dios proclamada por Arrio llevaba a considerar al Verbo tan sólo como la más noble de las criaturas, no Hijo natural, sino adoptivo de Dios, al que de modo impropio era lícito llamar también Dios.
3. Primer Concilio de Nicea (325) formulación del Símbolo
El Concilio I de Nicea (325) significó un triunfo rotundo para los defensores de la ortodoxia, entre los cuales destacaban el obispo español Osio de Córdoba y el diácono —luego obispo— de Alejandría, Atanasio. El concilio definió la divinidad del Verbo, empleando un término que expresaba de modo inequívoco su relación con el Padre: homousios, «consustancial». El «Símbolo» niceno proclamaba que el Hijo, Jesucristo, «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado» es «consustancial» al Padre.
4. Primer Concilio de Constantinopla
Desde mediados del siglo IV, el Arrianismo se dividió en tres facciones: los radicales «anomeos», que hacían hincapié en la desemejanza del Hijo con respecto al Padre; los «homeos», que consideraban al Hijo homoios—es decir, semejante— al Padre; y los llamados semiarrianos —los más próximos a la ortodoxia—, para los cuales el Hijo era «sustancialmente semejante» al Padre.
La obra teológica de los llamados «Padres capadocios» desarrolló la doctrina nicena y atrajo a muchos seguidores de las tendencias más moderadas del Arrianismo, que en breve tiempo desapareció del horizonte de la Iglesia universal, para sobrevivir tan sólo como la forma de Cristianismo profesada por la mayoría de los pueblos germánicos invasores del Imperio. La teología trinitaria fue completada en el Concilio I de Constantinopla con la definición de la divinidad del Espíritu Santo, frente a la herejía que la negaba: el Macedoníanismo.
De este modo, antes de finalizar el siglo IV, la doctrina católica de la Santísima Trinidad quedó fijada en su conjunto en el «Símbolo niceno-constantinopolitano». Había, sin embargo, un aspecto de la teología trinitaria no declarado expresamente en el Símbolo: las relaciones del Espíritu Santo con el Hijo. Este punto daría lugar más tarde a la célebre cuestión del Filioque, destinada a convertirse en manzana de discordia entre el Oriente y el Occidente cristianos.
5. Humanidad y divinidad de Jesucristo
Definida ya la doctrina de la Santísima Trinidad, la teología hubo de plantearse de modo inmediato el Misterio de Cristo, no en relación con las otras Personas divinas, sino en sí mismo. La cuestión fundamental era, en sustancia, ésta: Cristo es «perfecto Dios y perfecto hombre»; pero ¿cómo se conjugaron en Él la divinidad y la humanidad? Frente a esa pregunta, las dos grandes escuelas teológicas de Oriente adoptaron posiciones contrapuestas.
La escuela de Alejandría hizo hincapié en la perfecta divinidad de Jesucristo: la naturaleza divina penetraría de tal modo a la humanidad —como el fuego al hierro candente— que se daría una unión interna, una «mezcla» de naturalezas. La escuela de Antioquía insistía, por el contrario, en la perfecta humanidad de Cristo. La unión de las dos naturalezas en Él sería tan sólo externa o moral: por ello, más que de «encarnación» habría que hablar de «inhabítación» del Verbo, que «habitaría» en el hombre Jesús como en una túnica o en una tienda.
La cuestión cristológica se planteó abiertamente cuando el obispo Nestorio de Constantinopla, de la escuela antioquena, predicó públicamente contra la Maternidad divina de María, a la que negó el título de Theotokos—Madre de Dios—, atribuyéndole tan sólo el de Christotokos—Madre de Cristo—. Se produjeron tumultos populares, y el patriarca de Alejandría, San Cirilo, denunció a Roma la doctrina nestoriana. El papa Celestino I pidió a Nestorio una retractación, que éste rehusó prestar. Fue Declarado Hereje.
El Concilio de Éfeso (431), reunido entonces por el emperador Teodosio II, tuvo un desarrollo muy accidentado, por la rivalidad entre obispos alejandrinos y antioquenos. Mas al final hubo acuerdo y se compuso una profesión de fe en la que se formulaba la doctrina de la «unión hipostática» de las dos naturalezas en Cristo y se llamaba a María con el título de Madre de Dios. Nestorio fue depuesto y desterrado; grupos de partidarios suyos subsistieron, sin embargo, en el Cercano Oriente y constituyeron una Iglesia nestoriana que, durante muchos siglos, desarrolló una importante obra misional por tierras de Asia.
6. Concilio de Calcedonia
El Patriarcado de Alejandría había alcanzado creciente poder en la primera mitad del siglo V y varios de sus obispos intervinieron activamente en asuntos internos de la propia Iglesia de Constantinopla. Ocurrió, además, que tras la muerte de San Cirilo, las tendencias extremistas se impusieron en Alejandría. La doctrina de Éfeso de las dos naturalezas en la única persona de Cristo pareció insatisfactoria a los teólogos alejandrinos, por entender que dos naturalezas equivalía a dos personas; y afirmaron que en Cristo no habría más que una naturaleza, puesto que en la Encarnación la naturaleza humana había sido absorbida por la divina. Esta doctrina —Monofisísmo— la anunció en Constantinopla el archimandrita Eutiques, que fue privado de su oficio por el patriarca Flaviano. Intervino entonces el patriarca de Alejandría, Dióscuro, que consiguió el apoyo del emperador Teodosio II. Un concilio reunido en Éfeso (449), bajo la presidencia de Dióscuro, se celebró bajo el signo de la violencia. El patriarca de Constantinopla fue depuesto y desterrado; se impidió la lectura de la epístola dogmática del Papa dirigida a Flaviano, de que eran portadores los legados pontificios, y se condenó la doctrina de las dos naturalezas en Cristo. Tan pronto como los emperadores Pulquería y Marciano sucedieron a Teodosio II, el papa León pidió la reunión de un nuevo sínodo ecuménico: fue el Concilio de Calcedonia (451). El concilio se adhirió de modo unánime a la doctrina cristológica contenida en la epístola de León Magno a Flaviano: «Pedro ha hablado por boca de León», aclamaron los padres. La profesión de fe que se redactó reconocía las dos naturalezas en Cristo, «sin que haya confusión, ni división, ni separación entre ellas». Pero el Monofisismo, lejos de desaparecer, echó raíces profundas en varias regiones de Oriente, y en particular Egipto, donde se tomó como bandera secesionista frente al Imperio. La condena del Monofisismo fue entendida como un ataque a su Iglesia y a las tradiciones de Atanasio y Cirilo. Este contexto histórico explica los esfuerzos de los siguientes emperadores por hallar fórmulas de compromiso que, sin contradecir el Símbolo de Calcedonia, pudieran ser aceptables para los monofisitas y asegurasen la fidelidad de estas poblaciones al Imperio. La tentativa más importante fue la patrocinada por el emperador Heraclio, esforzado defensor del Oriente cristiano frente a persas y árabes. El patriarca de Constantinopla, Sergio, pensó que, sin negar la doctrina calcedonense de las dos naturalezas, podía afirmarse que, en virtud de la unión hipóstática, existió en Cristo una sola «energía» humano-divina -Monoenergismo— y que Cristo tuvo una sola voluntad —Monotelismo—.La cuestión cristológica llegó a su término cuando el Concilio III de Constantinopla (680-681) —sexto de los ecuménicos—, sobre la base de las cartas enviadas por el papa Agatón, completó el Símbolo de Calcedonia, con una expresa profesión de fe en las dos energías y dos voluntades en Cristo. El Cristianismo monofisita ha perdurado hasta hoy en: Egipto y Etiopía. Fuente: José Orlandis (Historia de la Iglesia, 2001
Este cuadro reúne los 21 concilios ecuménicos celebrados en la historia de la Iglesia católica. El papa convoca y preside estos concilios, que reúnen a los delegados católicos de todo el mundo.
CONCILIOS ECUMÉNICOS
FECHAS

Concilio de Nicea I 325
Concilio de Constantinopla I 381
Concilio de Éfeso 431
Concilio de Calcedonia 451
Concilio de Constantinopla II 553
Concilio de Constantinopla III 680-81
Concilio de Nicea II 787
Concilio de Constantinopla IV 869-70
Concilio de Letrán I 1123
Concilio de Letrán II 1139
Concilio de Letrán III 1179
Concilio de Letrán IV 1215
Concilio de Lyon I 1245
Concilio de Lyon II 1274
Concilio de Vienne 1311-12
Concilio de Constanza 1414-18
Concilio de Basilea-Ferrara-Florencia 1431-45
Concilio de Letrán V 1512-17
Concilio de Trento 1545-63
Concilio Vaticano I 1869-70
Concilio Vaticano II 1962-65
PEGAR ESTA GUIA EN TEORIA.