martes, 26 de mayo de 2009

GUIA REFORMA GREGORIANA

Querella de las Investiduras, grave enfrentamiento entre Iglesia y Estado, en los siglos XI y XII, por el papel que desempeñaron los príncipes laicos en las ceremonias donde obispos y abades eran nombrados en sus cargos.
El motivo específico del desacuerdo fue la práctica por la que el príncipe otorgaba al prelado el anillo y el báculo, que constituían los símbolos de su autoridad espiritual.
La práctica de la investidura por los laicos surgió a principios de la edad media, cuando emperadores y reyes trataron de vincular a sus personas los bienes y autoridad que tenían los prelados ofreciéndoles protección a cambio.
La práctica fue por lo tanto una consecuencia natural del sistema feudal, donde los prelados eran muchas veces gobernantes seculares también (y por eso vasallos del rey). Al príncipe laico le preocupaba mucho más que los obispos y abades le fueran leales antes que su rectitud moral.
A mediados del siglo XI estaba en su apogeo un movimiento para reformar la Iglesia en algunas zonas de Francia y Alemania. Reconociendo que la investidura laica no estaba de acuerdo con las antiguas leyes de la Iglesia, los reformadores atribuyeron a esta práctica la mermada moralidad del clero de la época, en particular su indulgencia en materias como la simonía—la compra y venta de cargos eclesiásticos— y el concubinato.
El movimiento de reforma se afianzó en Roma con el papa León IX, y los papas se convirtieron en la fuerza motriz de esa reforma. La investidura laica fue condenada por el papa Nicolás II en 1059; al mismo tiempo excluyó al emperador de su participación efectiva en las elecciones papales.
Cuando el papa Gregorio VII prohibió de forma expresa toda investidura laica se desató la ira de Enrique IV, el emperador del Sacro Imperio Romano, y provocó el episodio más violento de toda la querella, ya que el papa y el emperador se enzarzaron en una serie de destituciones y excomuniones mutuas. Este choque frontal concluyó en 1085 con la muerte de Gregorio en el exilio y con la aparente derrota de su campaña contra la investidura laica.
SOLUCION
Los sucesores de Gregorio, mientras se mantenían fieles a muchos de los mismos ideales, fueron más flexibles en la búsqueda de soluciones. El interés esencial de la Iglesia era asegurarse de que los gobernantes laicos no pudieran otorgar cargos espirituales.
El interés esencial de los reyes consistía en que los obispos, que además iban a ser gobernantes seculares, reconocieran y se sometieran a la autoridad del rey. San Anselmo, una vez nombrado arzobispo de Canterbury, entró en grave conflicto con el rey Enrique I de Inglaterra por este asunto, aunque en 1107 se pudo encontrar una solución por la que tanto el arzobispo como el rey lograban sus propósitos.
El Concordato de Worms en 1122, entre el papa Calixto II y el emperador del Sacro Imperio Romano, Enrique V, reflejó la solución inglesa y sentó las bases para establecer las relaciones futuras entre la Iglesia y los gobernantes temporales.
Según el concordato, la Iglesia tenía derecho a elegir obispos, y la investidura del anillo y el báculo sería realizada por la clerecía.
Sin embargo, la elección tendría lugar en presencia del emperador, que además otorgaría todas las tierras y rentas que estuvieran vinculadas al obispado por la investidura de un cetro, un símbolo sin connotaciones espirituales.
A pesar del concordato, la Iglesia en la edad media nunca tuvo un control absoluto del nombramiento de obispos, y el problema volvió a aparecer en diversas formas.
La investidura fue un tema clave en los conflictos que envolvieron al Galicanismo en el siglo XVII en Francia, pero también ha sido un tema polémico en España hasta hace poco tiempo.
El papado resultante de estos cambios, más insistentes que nunca en reforzar las prerrogativas del sumo pontífice, convenció a la mayoría de los obispos y a muchos príncipes de que estos privilegios eran en el orden religioso y temporal justos, los introdujo en el nuevo Derecho canónico que se estaba formulando por entonces, y los implantó institucionalmente como una burocracia centralizada.
Gregorio VII y sus sucesores fueron así los fundadores del papado moderno.
El legado de los gregorianos alcanzó su cenit con el papa Inocencio III (1198-1216), cuya energía y capacidad le convirtieron en la personalidad religiosa más importante de la sociedad europea de su tiempo. Fue el primer papa en hacer uso consistente del título de vicario de Cristo.

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